El otro día, como podría decir ayer, antes de
ayer, el mes pasado o mañana; salí de casa y cogí la bici para ir a clase. Según
qué días, disfruto más el viaje al estilo Verano Azul, o llevo tanta prisa —no
sé de qué— que me ahogo en cada vuelta al pedal. Es algo así como la teoría de
los afectos que estamos dando ahora en clase de historia de la música; para
expresar la alegría, los compositores empleaban tonalidades mayores,
consonancias y tiempo rápido; y para expresar la tristeza, tonalidades menores,
disonancias y tiempo lento. El lunes hay examen.
El caso, hoy era un día en los que no me movía ni alegre ni triste, simplemente pedaleaba porque tenía que llegar. De vez en cuando respiraba conscientemente, me llegaba algún perfume floral de los que te hacen acordarte de las cosas pequeñas de la vida que te hacen feliz y, automáticamente, daba las gracias por estar ahí, tener prisa, pedalear, ahogarme un poco, tener que respirar, acordarme de que respiro —¡cómo es la anatomía humana!— volver a respirar —pero esta vez queriendo— olerle la axila de lejos a varias flores que se movían a compás de ¾ aupando los pétalos y moviéndolos como si bailaran un vals y a la vez animaran en un concierto, y ser consciente de la vida. Y ya entonces, respirar con ganas. Qué poco cuesta ser agradecida y qué pronto se olvidan los motivos que nos lo recuerdan de vez en cuando, como la alarma en la que confías ciegamente y rezas por que a la mañana siguiente suene aun teniendo el móvil apagado.
Bueno, pues dime en qué momento, o mejor; en
qué segundo de esos trescientos que pasé montada en el sillín moviendo las
caderas y los brazos, y con ellas todo el cuerpo —como recordaba hacer en la
clase de spinning hace dos años en el gimnasio—, pedaleando con el alma —porque eso
de que es el cerebro el que le envía las órdenes al resto del cuerpo no lo
tengo muy claro. El cerebro decide cosas superfluas como tengo hambre o me hago pis.
Pero los cargos importantes los delega al alma. Y pedalear no es cualquier
cosa, hay que poner alma y sobre todo espíritu. Y más aún si tienes que respirar,
oler y dar las gracias por existir al mismo tiempo— y dedicándome
a ser, me dio tiempo a coincidir en el tiempo —valga la redundancia— con un
alma que pedaleaba con toda el alma —valga ya lo que sea— en sentido contrario
al mío, respirando y, podría asegurar que oliendo también e incluso dando las
gracias por ser; cómo fue posible cruzar la mirada, que la mirada se cruzara
así misma también y se saludara, que supiéramos justo en ese momento que éramos
dos personas que empezaron a moverse sin mucha credibilidad en sí mismos y en
lo que hacían, y que ahora, por alguna extraña razón, pedaleaban con ganas.
Incluso nos dio tiempo en ese segundo tan bien gestionado —no entiendo a los
que dicen que nunca tienen tiempo— a conocernos por dentro. Aunque bien sabemos
que fue un Me alegro de volver a
verte.
Seguramente sean imaginaciones mías y un segundo no sea tan grande y la información la traigamos de casa. Posiblemente nos hayamos visto en otras épocas con diferentes trajes y por eso sabemos que pedaleamos con el alma, que al respirar olemos y damos las gracias por lo afortunados que somos de ser y de ir sobre ruedas trescientos segundos —a veces más, a veces menos— de los que al menos uno, compartimos intensamente.
Seguramente sean imaginaciones mías y un segundo no sea tan grande y la información la traigamos de casa. Posiblemente nos hayamos visto en otras épocas con diferentes trajes y por eso sabemos que pedaleamos con el alma, que al respirar olemos y damos las gracias por lo afortunados que somos de ser y de ir sobre ruedas trescientos segundos —a veces más, a veces menos— de los que al menos uno, compartimos intensamente.